No seguimento da listagem dos capitães-generais da província de Extremadura (Espanha), Juan Antonio Caro del Corral fez um longo comentário a propósito do Marquês de Torrecuso que, pelo seu interesse, é aqui destacado em artigo próprio. No final, acrescentei uma pequena transcrição do Manuscrito de Matheus Roiz a respeito do mesmo general.
Muy eficaz el listado de Capitanes Generales de Extremadura. A fin de profundizar algo más en la figura de aquellos soldados, sirva este ligero apunte sobre el Marqués de Torrecuso.
MARQUES DE TORRECUSO, CAPITAN GENERAL DE EXTREMADURA
Gerolamo Maria Caracciolo, III marqués de Torrecuso. Natural del Reino de Nápoles, fue un afamado militar que estuvo a las órdenes de la monarquía castellana, ocupando puestos de responsabilidad al frente del ejército imperial. Antes de llegar a Extremadura, destaco en la Guerra de Cataluña, dónde perdió a uno de sus hijos. También estuvo presente en el conflicto de los Treinta Años, llegando a vencer a las tropas francesas en la batalla de Fuenterrabía, librada en 1638.
Dada su condición italiana, no es de extrañar que junto a Torrecuso, llegaran muchos soldados de la misma nacionalidad. Entre estos cabe citar a Giovanni Giacomo Mazzacani-Maza, más conocido entre la tropa con el nombre castellanizado de Mazacan. Fue destinado al distrito cacereño de Alcántara-Sierra de Gata, tomando bajo su mando directo la guarnición existente en Zarza la Mayor.
Volviendo a los rasgos biográficos de nuestro personaje principal, fue el 8 de marzo de 1644 cuando Torrecuso hizo entrada en la ciudad de Badajoz, para hacerse cargo, con el pomposo título de Capitán General, de la defensa de toda la frontera extremeña.
Sustituyó al odiado Marqués de Santisteban, cuyo gobierno había provocado gran rechazo no sólo entre la tropa, sino en los propios habitantes de la región.
Torrecuso venía precedido de una aureola de gran militar y estratega, siendo su nombramiento del agrado de la mayoría de oficiales del ejército, el cual se encontraba en una situación bastante penosa, pues sus anteriores responsables se habían ocupado más de enriquecerse personalmente que de dirigir a la soldada.
Por el motivo anterior, el primer empeño del Marqués fue realizar una reforma general con la cual buscaba organizar adecuadamente a sus subordinados. En este sentido fue el primero que incluyo compañías de infantería a caballo, creando también el puesto de sargentía menor en cada uno de los tercios que componían el llamado Ejército de Extremadura.
Con estas labores pronto se gano la simpatía general y, en comparación con su predecesor, se llegó a decir “… i quanto a su antecesor el Conde de Santisteban desestimauan por su facilidad, tamto al Torrecuxo temian i respetauan por su entereça i valor…”.
Fue mucho el trabajo que el nuevo gobernador militar tuvo en su tiempo de mandato. La guerra en 1644 se recrudeció bastante, y las noticias de escaramuzas portuguesas en tierras extremeñas no dejaron de llegar, día a día, a la sede central de Badajoz.
Ejemplo de aquellos sucesos cotidianos para la gente de frontera los encontramos en la zona norte de la Raya, colindante con la Beira Baixa. Fue aquí dónde poblaciones como Membrío y Zarza la Mayor conocieron la crudeza de la guerra, al ser atacados en los meses de abril y mayo respectivamente.
Las armas castellanas de Torrecuso respondieron a aquellas y otras agresiones, con entradas en territorio lusitano, siendo la frontera pacense el escenario elegido para ello. Así, sitios como Ouguela vieron correr por sus campos a la caballería extremeña en más de una ocasión.
Sin duda alguna el momento álgido del gobierno de Torrecuso acaeció el día del Corpús, 26 de mayo, junto a las llanuras de la localidad de Montijo, muy cerca de Badajoz, lugar en el que se libró la que se considera primera batalla de la Guerra de Restauración.
El resultado del combate fue ambiguo, pues los dos bandos enfrentados se apropiaron de la victoria final. En todo caso parece que la batalla tuvo dos momentos clave, dominados cada uno de ellos, respectivamente, por sendas facciones. De hay la eterna duda de quien fue vencedor general.
Torrecuso no estuvo presente en el famoso lance, enviando en su lugar, como máxima autoridad de la tropa castellana, al Barón de Molinghem.
El año siguiente, 1645, continuo la misma tónica. Constantes alarmas y salidas cuyo fin básico era el ganado, realizar rapiña, incendiar poblados, desabastecer al contrario… En definitiva, la forma usual de realizar la guerra en una frontera muy extensa, defendida por un ejército poco profesional, pese a la laboriosidad de Torrecuso por mantener siempre el buen orden y disciplina.
Elvas, Campo-Maior, Jérez de los Caballeros y otros tantos lugares del sur, de nuevo se tornaron en escenario de encuentros campales entre fuerzas portuguesas y castellanas. Mientras tanto al norte, los vecinos de Zarza la Mayor, para vengar el ataque sufrido el año anterior, organizaron un nutrido grupo de jinetes voluntarios, los llamados Montados, semejantes a las compañías pilhantes de Portugal, con el cual batieron varias veces la comarca de Castelo Branco, quemando aldeas como Sao Miguel D´Acha, Ladoeiro, Alcafozes, Zebreira…
Debido a un permanente estado de tensión militar y la noticia de varias derrotas, la buena estrella de Torrecuso se fue apagando. También tuvo buena parte de culpa las rencillas internas, pues entre sus propios oficiales surgieron voces en contra, muy críticas con la forma de dirigir el ejército utilizada por el Marqués.
Él noble napolitano comprendió lo difícil de su situación, y no queriendo perder más crédito en la frontera extremeña, solicitó ser relevado de su cargo, cosa que ocurrió rápido, pues también en la corte de Madrid deseaban ver lejos al italiano.
Para sustituirle entró al mando el Marqués de Leganés, dº Diego Mesia Felipez de Guzmán. Las cosas con él tampoco cambiaron en exceso. Buena prueba es que, a poco de llegar al mando, se produjo el choque llamado posteriormente Ventas de Alcarabica.
Pero eso es otra historia.
Juan Antonio Caro del Corral
(Sobre o combate de Alcaraviça, veja-se o artigo gentilmente enviado pelo Sr. Santos Manoel, publicado aqui e aqui – com um acrescento de minha parte aqui).
A propósito do Marquês de Torrecuso, escreveu nas suas memórias o soldado de cavalos Mateus Rodrigues:
Agora falarei do grande soldado que era o Torrecruz [Torrecuso], que não havia em Espanha soldado como ele. Que a sua guerra foi a mais limpa que nenhum até hoje fez, porque nunca jamais quis que a cavalaria fosse às pilhagens, que as podia fazer mui boas, e também nunca quis derrubar os arcos da Amoreira [referia-se ao aqueduto que abastecia a cidade de Elvas], por onde ia a água à cidade, coisa que [a] havia de pôr em grande aperto, mas dizia ele que esas cosas no las hasian sino picaros. (MMR, pg. 91)
Mateus Rodrigues terá escrito esta passagem por volta de 1657. Se a sua memória em relação ao general espanhol não é muito exacta no que toca às operações de pilhagem, já o respeito que demonstra pelo comandante inimigo revela o legado de fama que Torrecuso deixou entre os soldados portugueses.
Imagem: “Soldados equipando-se”, pintura de Jacob Duck, Minneapolis Institute of Arts. Um detalhe deste quadro já foi incluído num artigo anterior. Note-se o equipamento dos soldados de infantaria (e do dragão que coloca a bandola com os “12 apóstolos” – veja-se as esporas, o que demonstra tratar-se de infantaria montada) e, como curiosidade, o modo de acordar o soldado adormecido, fazendo cócegas com uma espiga no nariz; um pormenor que é possível encontrar noutra pintura do mesmo autor.
No enquanto a guerra de restauraçao e importante sinalar que a monarquía hispánica achabase nun momento de crise militar moi grave, sirvase ver que moitos dos xefes militares e soldados eran estranxeiros xa que os pobos da monarquía non querían servir neles. Aparte diso tamen e fundamental subliñar que os hispanos atopabanos tamen con unha crise poblacional especialmente nos reinos de Castela e Leao, nos quais as grandes distancias entre pobos e cidades estaban baleiros de poboación e os poucos que había carrexando impostos e taxas que os empobrecían e arruinaban.
Os grandes militares hispanos do século XVI (Gran capitan, Marqués de Sta Cruz, Sancho Davila, Duque de Alba etc) pasaban a historia, e non tivemos un militar realmente brillante neste seculo que non fora estranxeiro; ben e certo que algúns como o Marqués de Leganes ou mesmo o Marqués de Caracena eran bos profisionais da milicia mais sin a xenialidade que tiveron os seus contrarios portugueses como na miña opinión e moi especialmente o Marqués de Marialva.
Finalmente tamen esta ben claro que non había nos hispanos (salvo nos castelans e ainda pouco) motivación e desejos fortes nesta guerra, os mais non querían saber nada dela, estaban fartos de guerras.
Saudos
Carlos
En el siglo XVII, y después, lo más correcto es hablar de súbditos de la Monarquía Hispánica y en este sentido tan súbdito de Felipe IV era un napolitano como un flamenco o un castellano y los súbditos servían allí donde el Rey, su señor, les enviaba.
Sobre la guerra, pienso que algunos de estos militares, tan competentes en otros escenarios bélicos, tuvieron más interés en mantenerla que en liquidarla pues para ellos era una oportunidad de enriquecimiento a la que no se mostraron dispuestos a renunciar.
Concordo com o Julián na sua observação acerca dos interesses dos oficiais. A obtenção de mercês régias por serviços prestados na fronteira era um grande objectivo para a oficialidade, sobretudo para os graus intermédios. No caso português, logo que era travada uma batalha ou um combate de maior envergadura, muitos oficiais, sobretudo fidalgos, “desapareciam” das fronteiras para ir a Lisboa fazer os seus requerimentos. A guerra era uma forma de acrescentamento pecuniário e de poder pessoal para alguns. No entanto, no que respeita a cabos de guerra de maior nomeada, como por exemplo D. Luís de Haro, D. Juan José de Áustria ou o Marquês de Caracena, o objectivo final era mesmo a procura da vitória decisiva. E, para os principais cabos de guerra portugueses, a negação desse objectivo aos seus inimigos. A meu ver, os motivos do fracasso dos exércitos da Monarquia Hispânica e do êxito do exército português nas últimas batalhas da Guerra da Restauração (Linhas de Elvas, Ameixial e Montes Claros) devem ser procurados nas circunstâncias específicas das campanhas em que ocorreram (todas elas no território do inimigo, para o exército espanhol), no desgaste físico e moral das tropas que compunham o exército (que não seria diferente do desgaste a que estavam sujeitas as tropas portuguesas) e no seu controlo em batalha – esse momento de extrema confusão em que a Fortuna podia sorrir a um ou outro lado, e em que a coesão dependia não só do papel dos oficiais, mas também da experiência, coragem individual e vontade de combater dos soldados. Nenhuma dessas batalhas foi decisiva a curto prazo para o fim da guerra – se bem que tenham sido muito custosas, do ponto de vista financeiro, para a Coroa espanhola, conforme salienta Rafael Valladares.
Em relação ao que o Carlos escreveu, eu não creio que o Marquês de Marialva tenha sido um cabo de guerra com qualidades superiores a outros do seu tempo, portugueses ou não. Aliás, a sua real capacidade militar não convencia alguns observadores estrangeiros, que deixaram nos seus relatórios uma impressão muito favorável do Marquês como político e homem de Corte, e como valente soldado no campo de batalha, mas não como chefe militar. A acção do Conde de Schomberg terá sido muito importante na batalha de Montes Claros em 1665, como terá sido no Ameixial dois anos antes, mas mais uma vez, a análise desses momentos extraordinários que eram as batalhas campais terá de se centrar, em minha opinião, naquilo que apontei acima: o “rosto da batalha”, se me é permitido usar o termo do grande historiador militar John Keegan.
Creo que los más interesados en mantener la guerra no fueron los capitanes generales sino los altos mandos y los oficiales. Hay un episodio que retrata perfectamente esta actitud. Cuando en 1644 Matias de Albuquerque se internó en territorio castellano, el marqués de Torrescuso reunió a los generales de la artillería, caballería y a los maestres de campo para determinar la respuesta que debía darse. En dicha reunión, celebrada el 21 de mayo, se debatió si era mas conveniente atacar una plaza portuguesa para que las fuerzas portyguesas se vieran forzadas a acudir en su auxilio o bien ocupar una puesto qque impidiese a matias de Albuquerque ser penetrando en territorio castellanao.
Creo qCreo que los más interesados en mantener la guerra no fueron los capitanes generales sino los altos mandos y los oficiales. Hay un episodio que retrata perfectamente esta actitud. Cuando en 1644 Matias de Albuquerque se internó en territorio castellano, el marqués de Torrescuso reunió a los generales de la artillería, caballería y a los maestres de campo para determinar la respuesta que debía darse. En dicha reunión, celebrada el 21 de mayo, se debatió si era mas conveniente atacar una plaza portuguesa, para que las fuerzas portuguesas se vieran forzadas a acudir en su auxilio, o bien ocupar un puesto que amenazase a la fuerza portuguesa si esta seguía penetrando en territorio castellano.
El marqués se mostró partidario de la primera solución pero una vez que se hicieron todoso los prparativos los mandoso se mostraon remisoso a cumplir las órdenes del Marués de modo que el marues determino salir de badajoz e informara de la situación al Propio Rey auqnue garacias a los buenos oficios del obispo de badajoz la situación pudo recindcirs e y el día 22 salían de badajoz una fuerza al mamdo del Baron de Molinguen que será la que finalmante trave batalla con Matias de Albuqerque en los llanos de Montijo.
ES decir, los mandoso que querian aventuras que ponían en riesgo susu vidas sino porseguir con ea guerra de rapiña y robo que tan bueños frutos les proporcionaba.
Perdona pero creo que metí la pata. El texto que quería enviar es el siguiente:
Hasta 1662-1663, el Real Ejército de Extremadura no contó con efectivos que permitiesen invadir Portugal lo que facilitó una guerra rapiña que después fue muy difícil de erradicar.
Estimo que los más interesados en mantener la guerra no fueron los capitanes generales sino los altos mandos y los oficiales del Real Ejército de Extremadura. Hay un episodio que retrata perfectamente esta actitud.
Cuando en 1644 Matías de Albuquerque, al mando de una fuerza portuguesa, penetró en territorio castellano el marqués de Torrescuso reunió a los generales de la artillería, la caballería y a los maestres de campo para determinar la respuesta. En la reunión, celebrada el 21 de mayo, se debatió si era más conveniente ocupar una plaza portuguesa para obligar a Matías de Albuquerque a acudir en su auxilio, o bien, convenía ocupar un puesto que amenazase a la fuerza portuguesa si esta seguía penetrando en suelo castellano. El marqués de Torrescuso se mostró partidario de la primea opción pero una vez que todo estuvo dispuesto los mandos se mostraron remisos a salir. La situación era inadmisible y el marqués de Torrescuso salió de Badajoz para informar al Rey de la situación. Afortunadamante, y gracias a los buenos oficios del obispo de Badajoz, la situación pudo reconducirse.
El día 22 salían de Badajoz las fuerzas castellanas que al mando del varón de Molinguen chocarían con los portugueses en los campos de Montijo.
Es decir, los mandos no querían aventuras en las que sus vidas peligrasen sino proseguir con la guerra de robo y rapiña que tan buenos frutos les proprocionaba.
Saudos a Julian e ao moderador Jorge
Non entendo o primeiro ponto de Julian (En el siglo XVII) , eu simplesmente quería sinalar que o esgotamento do xenio militar hispano ( e quero decir o xenio dos subditos da monarquia hispánica que agora compoñen o estado español) notase ben claro no século XVII ainda que no XVI houbo moitos grandes militares. Que os militares quixeran a rapiña e os roubos non e novo, sempre foi asi, mais tamen os xefes principais sempre quixeran conseguir a victoria e asi o intentaron don Xoan Xosé de Austria e o Marqués de Caracena que foron os únicos que tiveron nas suas mans un exercito mais o menos digno, mais non era suficiente, eu teño dito noutros foros de historia militar que e incrivel que o imperio hispánico do XVII, debilitado mais ainda poderoso, non poidese xuntar mais de 20.000 homes para entrar en Portugal e atinxir a batalla final, e mais ben eu penso que na batalha de montesclaros non participaron mais de 18.000 homes tendo en conta os que quedaron en Borba e no sitio de Vilaviçosa alen das perdidas do sitio.
Non se podia gañar a guerra asim, si Caracena houbera vencido non teria sido suficiente para vencer a resistencia de Portugal, e a miña opinión, e grande parte disto sigo dicindo era a impopularidade da guerra para os pobos hispanicos e mais ainda para os que tiñan viciñanza cos portugueses: galegos, castelans-leoneses, estremeños e andaluces, unido a crise económica e a despoboación , tema moi importante o pouco citado.
Un saudo a ambos.
Estoy encantado de terciar en una charla con dos de los mejores especialistas en la guerra (Jorge Penim y Carlos Olves Durán?)
Está claro que en el siglo XVII no encontramos a personajes de la valía de Alejandro Farnesio pero en esto, como en todo, existen ciclos . A mi juicio lo más grave fue la imposibilidad de contar con tropas competentes para acudir a todos los frentes que tenía abiertos Felipe IV. Desde luego, en el caso de Badajoz la calidad y motivación de los soldados del Real Ejército de Extremadura eran lamentables y por más que algunos capitanes generales como Torrescuso o el marqués de Leganés intentasen pasar a una guerra ofensiva les fue imposible pues tuvieron asignado un ejército (el Real Ejército de Extremadura) que era insuficiente, tanto en calidad como en cantidad, para intentar algo más que una guerra ofensiva de carácter puntual y con objetivos muy limitados.
Tampoco se puede dudar del agotamiento de Castilla. El agotamiento, generalizable al resto de los territorios de la Monarquía Hispánica, era consecuencia del derroche de recursos materiales y humanos tras años de guerra sumado a la crisis general que afectaba a la Europa del Momento. En cualquier caso, las respuestas que en este mismo contexto dieron otros territorios fueron más graves. Así, Cataluña y Portugal ante las peticiones, o exigencias, de la Corona se levantaron en armas. No menos grave fue la conjura de Medina Sidonía en Andalucía, las revueltas en Aragón y en el País Vasco, Sicilia, etc. Es sorprendente que en una situación de abierta rebeldía interior se pudiese mantener al mismo tiempo una guerra contra media Europa y todo esto sin grandes pérdidas territoriales.
En la actualidad estoy leyendo un magnífico trabajo, que sin duda conocereis sobre la crisis de la monarquía de Felipe IV, coordinado por Jeofrey Parker y publicado en el año 2006, que incluye trabajos de Cayetana Álvarez de Toledo, Xabier Gil, Alberto Marcos, Geofrey Parker, Luis Ribot y Rafael valladares. En estos trabajos se resalta algo que solemos olvidar y es la estrecha relación de los sucesos peninsulares con su contexto Europeo.
Os meus agradecimentos ao Julián e ao Carlos pela participação neste debate através desta série de comentários.
A questão do recrutamento, manutenção e motivação das tropas parece-me ser central ao problema da eficácia dos exércitos, tanto no panorama da guerra na Península durante o século XVII, como em outras guerras do mesmo período. No fundo, no caso da Guerra da Restauração, a par de uma guerra particular de saques e pilhagens, que era proveitosa aos oficiais com competências de comando a nível de companhia (na cavalaria) ou superior, havia o desgaste físico e moral de grande parte dos efectivos, que eram incorporados à força nos exércitos, e cujo principal objectivo era regressarem a suas casas. Isto é visível tanto do lado português como do lado espanhol. Afinal, o conceito de “pátria”, neste período histórico, não é o mesmo que hoje temos – para o camponês alistado à força, a pátria era a sua terra de origem, quando muito a sua região natural. A sua presença na fronteira, desgastada pela guerra e empobrecida, correndo risco de vida e sofrendo as agruras da vida militar, era insuportável para muitos.
Já para os militares profissionais, de certo modo desenraizados das suas terras, a vivência da guerra era um hábito. O núcleo de militares profissionais que mantinha a espinha dorsal dos terços e das companhias de cavalos era fundamental para manter a coesão e operacionalidade das unidades. Mas aí o problema era a falta de dinheiro para cumprir com o pagamento dos soldos. Promessas de acrescentamento podiam levar alguns a mudar de campo. Outros mantinham firme um ethos militar de fidelidade ao rei que serviam desde o início da guerra, mesmo que esse rei não fosse o soberano “natural” – veja-se por exemplo o caso de Domingos da Ponte, o Galego, ou os portugueses que continuaram a servir no exército de Filipe IV após 1640.
É uma temática muito interessante que espero poder aprofundar num futuro próximo.
Bueno, quiero saludar en castellano a Julián ya que aunque hablo galego habitualmente quiero agradecerle sus comentarios y espero que podamos intercambiar información sobre este tema que veo que nos interesa en gran medida.
Y como siempre muchas gracias al moderador por este magnifico espacio donde podemos compartir conocimientos sobre esta etapa histórica tan apasionante.
Un abrazo a los dos y a todos los lectores desde Galicia
Carlos
He leído con avidez todos los comentarios del blog porque llevo tiempo documentándome a fondo sobre la Guerra de Restauraçao para escribir una novela y os felicito por vuestros conocimientos e interés por el escenario del conflicto, especialmente a Jorge Penim, de quien he releído “O combatente durante a Guerra da Restauraçâo”.
Sólo apuntar que como fuentes me parecen muy esclarecedoras las publicaciones de Fernando Cortés Cortés: Militares y Guerra en una Tierra de Frontera, Extremadura a mediados del siglo XVII”, F, Cuadernos Populares nº 35. Editora Regional de Extremadura; también “La batalla de Montijo en una concepción de la historiografía porguesa actual”, Fernando Castelo-Branco, en Diccionario de Historia de portugal, dirigido po rJöel Serrâo, Porto, Livraria Figueirinhas y por supuesto “El conde-duque de Olivares (The Count-Duke of Olivares), J.H. Elliot. Edit Grijalbo, Barcelona 1990”; además, claro está de la ya mencionada
“O combatente durante a Guerra da Restauraçâo” del moderador.
Y para teminar, quiero abrir un poco el debate hacia dos cuestiones curiosas en toda mi lectura sobre el conflicto:
1ª.-Tanto el ejército castellano como el portugués se arrogan la victoria de Montijo.
2ª.-Cada vez que se enumeran las batallas importantes de la guerra de Restauraçao no se incluye la de Olivenza, que a mí me parece una de las determinantes en los primeros años de la guerra para que no hubiese un avance mayor de las fuerzas portuguesas.
No penséis con esto que soy chovinista, pese a mi condición de extremeño, porque la mayoría de los textos que utilizo como fuentes pertenecen a autores portugueses, país hermano donde por cierto tengo mi segunda morada.
En fin, agradecería vuestras opiniones sobre las dos cuestiones curiosas y un interrogante más: ¿Por qué no hubo una intermediación papal para terminar con el conflicto?.
Un abrazo a todos.
Os meus agradecimentos ao estimado leitor Sr. Salvador pelos acrescentos à bibliografia sobre a batalha de Montijo. De facto, ambos os lados reclamaram vitória, ainda que a batalha tenha sido inconclusiva. Já escrevi sobre este assunto no blogue – a propaganda era, também ela, um outro campo de batalha, e ambos os lados procuraram tirar o melhor partido das fases em que o sucesso lhes sorriu, ao mesmo tempo que negavam a versão do outro lado. O amigo Julián García Blanco está a pesquisar a fundo os contornos da batalha de Montijo e estou certo que em breve irá produzir um interessante trabalho.
A queda de Olivença em 1657 foi um tanto menorizada pelos portugueses. Apesar de se ter perdido uma importante praça (fazia parte do triângulo defensivo Elvas-Olivença-Campo Maior, onde estavam aquartelados os efectivos mais importantes do exército do Alentejo), a maneira como se efectuou a rendição da praça deu origem a acusações que envolveram algumas pessoas importantes na Corte e seus familiares. O processo judicial que se seguiu foi complicado e arrastou-se no tempo, com muitas questões por explicar – não muito diferente dos grandes escândalos que ocorrem hoje em dia, infelizmente. Em todo o caso, encontraram-se bodes expiatórios para o insucesso: os oficiais franceses Stéphane Auguste de Castille e Du Four (também já aqui referidos); o próprio Conde de São Lourenço não saiu com a reputação muito limpa de todo o processo. Portanto, na memória historiográfica portuguesa o lado militar da queda de Olivença foi ofuscado pela suspeição de traição na entrega na praça, pelo que tradicionalmente se atribuiu a perda a um estratagema e não ao resultado último de operações militares.
Quanto à não intermediação papal para terminar o conflito, a resposta é mais simples: os esforços diplomáticos de Filipe IV junto do Papa conseguiram que a Santa Sé nunca reconhecesse a independência portuguesa. Para o Papa, reconhecer uma secessão num reino católico seria abrir um precedente perigoso, ainda que a diplomacia portuguesa sempre tenha tentado legitimar a independência fazendo ouvir as suas razões. As negociações para a paz foram conduzidas, já depois das grandes operações e batalhas da década de 60, por ingleses e franceses, potências ascendentes na Europa, tal como a Holanda. A guerra tinha esgotado financeiramente os reinos ibéricos, por essa altura, e os povos – principalmente os da raia – estavam também eles cansados dos longos anos de conflito e de insegurança.
Cumprimentos.
Cumprimentos para Joge P. de Freitas por su respuesta a mis interrogantes anteriores.
Al hilo del tema y apuntes de Juan Antonio Caro del Corral sobre el Marqués de Torrecuso, creo muy interesante estimar un artículo Jo´se Gómez de Arreche, incluido en la Revista Europea del Ateneo de Madrid. nº135, Año III, de 24 de septiembre de 1876; basado dicho artículo e un códice con cartas del rey Felipe IV, del Conde-duque de Olivares, órdenes militares etc, donde se pone de manifiesto la importancia que tenía dicho militar para el propio rey y su valido, y la caótica situación militar existente en Extremadura en 1644, que provocó el que fuera designado para poner orden:
« En los primeros meses de aquel año (1644) fuéle, con efecto, encomendado el mando de Extremadura. Grande era la necesidad de su permanencia junto al Rey, que se hallaba en Aragón dando con su presencia calor á las operaciones de la guerra contra la insurrección catalana. Formaba parte de la Junta particular de Guerra con los condes de Oñate, do Chinchón y Monterey; pero la envidia de Garay y de otros favorecidos de la fortuna en la corte le tenían separado del servicio activo. Aragón le pedía para virey suyo, después do hacerle un recibimiento de los más lisonjeros; había llegado ai cuartel real la noticia do que en una alarma producida en el ejército de la insurrección, M. de la Motte había dicho que mientras no mandase las tropas reales el marqués de Torrecuso, no había por qué asustarse; pero mientras intluyesen Garay y Mortara en las decisiones del Soberano, no cabía esperanza de que nuestro héroe ni el mismo Picolomini con todos sus servicios, su mérito y su fama obtuviesen un mando verdaderamente importante. Sólo cuando Garay cayó del favor real á impulso de su mismo orgullo, y con la sorpresa y los temores que produjeron la rendición de Valverdo, la poco posterior de Villanueva del Fresno y el sitio puesto á Badajoz, fue cuando se envió á Torrecuso á la frontera de Portugal, tan flojamente defendida por el conde de Santistóban. Desde el momento de su llegada á Extremadura, tomó la guerra carácter y rumbo diferentes. Del puramente defensivo que presentaba hacía tiempo por la superioridad de las fuerzas portuguesas y la falta de habilidad en los cabos españoles, pasó la lucha, cuatro años hacía ya entablada, á ofrecer un aspecto de animación y de iniciativa que bien á las claras demostraba la asistencia eficaz y enérgica de hombre de tanto talento y pericia como el Torrecuso. No se necesitaba hacer poco para poner remedio á un estado de cosas que daba lugar á las décimas que por entonces corrieron la España entera, como prueba del infelicísimo en que se hallaban las provincias extremeñas. Así comenzaban:
«La guerra de Portugal
»De tal suerte se gobierna,
»Que para que sea eterna
«Se dispone en todo mal.
«O es falta do general,
«O es culpa de los soldados,
«Que unos y otros enroscados
. «En su insaciable codicia,
«Afrentan á la milicia
«Con robos y con pecados.
«La viña de Extremadura
«Monterey la vendimió,
«Y Garay la rebuscó
«La escarda verde y madura.
«Santistéban se apresura
«Por dejarla descepada,
«Y viéndola ya acabada, –
»Sin que pueda defendella,
«Se entra el Portugués por ella
«Como viña vendimiada.”
Pero la sola noticia del arribo de Torrecuso á Badajoz produjo la retirada al interior de los ganados y enseres, de lo que el Padre González, d.e la Compañía de Jesús, llamaba las haciendes de los portugueses fronterizos. Todavía alcanzó el afortunado general á sorprender en los últimos dias de Marzo un grueso destacamento portugués que operaba por Campo-Maior, y arrebatarle muchos miles de cabezas de ganado mayor y menor que conducía tierra adentro. Pocos dias después eran 80 jinetes de los de Elvas víctimas de otra estratagema; y en los últimos de Abril quedaba Mouráo en poder de una gruesa partida de caballería que, muy reforzada por Torrecuso, salió de Llerena para sorprender aquella importante fortaleza. Pero si él aprovechaba cuantas ocasiones podía ofrecerle su ingenio para escarmentar á los portugueses, no se descuidaban tampoco ellos en vengar las algaradas que, falto de fuerzas y sin esperanza de que se lo enviasen, oran para Torrecuso las únicas operaciones posibles en aquella frontera. Su contrario el duque de Alburquerque, reuniendo un número do tropas considerable, invadió de nuevo el territorio español por la margen derecha del Guadiana. Torrecuso trató de llamarlo la atención hacia su propio territorio, poniendo sitio á Ouguella; pero, fuese por considerar como mezquina la empresa, ó que no lograse atraer á su enemigo, se dirigió á él pocos dias después resuelto á combatirle. Entóneos tuvo lugar la batalla del Montijo, que si pareció indecisa por el pronto, sirvió á afirmar el movimiento de separación del Portugal. Entonces también, cual ahora, los generales pasaban como meteoros por el mando de los ejércitos. El menor reves, ¿qué decimos? una acción de éxito dudoso, aun sin importancia alguna, valía su destitución al que la había dirigido, para á los quince dias ser destinado á otro ejército, y á los otros quince volver á aquel en que no había dado gusto á la Corte y a sus émulos ó enemigos. El Almirante, el marqués de los Velez, el de Leganés y cien otros podrían servirnos do ejemplo en el trasiego constante que se verificaba de generales de un ejército á otro en los cinco ó seis sobre cuyas filas so veían ondear las enseñas españolas; y sólo D. Francisco de Meló, el vencido en la fatal jornada de Rocroy, formó excepción de aquella que, aunque funesta, parecía regla general en España ó, por mejor decir, en sus gobiernos. Asi os que después de la acción del Montijo, cuantas correspondencias hemos visto, y entre ellas las contenidas en el Memorial publicado ñor la Academia de la Historia, no hablan ya, al referirse al marqués de Torrecuso, más que de su relevo del mando de Extremadura”.