Un Combate en las orillas del rio Caya, junto a los muros de Badajoz (14 de março de 1643) – por Juan Antonio Caro del Corral

Mais uma vez o estimado amigo Juan Antonio Caro del Corral deixa aqui a sua colaboração – que só não pude inserir mais cedo por motivos profissionais, os quais me mantiveram demasiado ocupado nestas últimas semanas. O meu muito obrigado!

La historia se olvida pronto, al menos aquella parte de la misma que se escribió en letra pequeña, lejos de los grandes acontecimientos. Sin embargo la importancia de éstos cuan poca sería sin la existencia de aquellos sucesos de menor envergadura que, uno a uno, dan lugar a los fastos más voluminosos. La intrahistoria, que diría un erudito de antaño.
En más de una ocasión han surgido en las páginas de este foro varias de esas “pequeñas historias”, sacándolas de la oscuridad y del olvido. Valga esta que ahora traemos a la memoria como una nueva gota para colmar el vaso.
Pocas referencias dejó en los memorialistas. Salvo el Conde de Ericeira, en su Historia de Portugal Restaurado, apenas encontramos mención alguna; quizás Ayres Varela aborda con más profundidad el relato. De todos modos, ambas son visiones subjetivas, pues, sin restarles importancia, cuentan el acontecimiento desde el punto de vista portugués. Para intentar acercarnos a la verdad siempre es conveniente, en la medida de las posibilidades, contrastar datos.
Tenemos la oportunidad de hacerlo en esta ocasión pues, afortunadamente, aún se conservan algunos documentos que, si bien de manera breve, cuentan lo sucedido desde la visión castellana.
Sin más preámbulos, viajemos hasta aquel lejano sábado, 14 de marzo de 1643.
Por entonces gobernaba las armas de Badajoz don Juan de Garay y Otañez, mientras que frente a él, en el lado portugués, ejercía interinamente el maestro de campo Joane Mendes de Vasconcelos, que sustituía al Conde de Óbidos, verdadera cabeza de mando militar en la provincia alentejana.
Finalizados los rigores del crudo invierno, que apenas habían dejado maniobrar a las tropas, en cuanto hubo mejoría climatológica comenzaron a planificarse acciones de guerra. Como era habitual, más que estrategias arriesgadas, se trataba de pequeños choques militares, pero que a base de repetirse con frecuencia, mermaban las fuerzas de ambos bandos.
De aquel modo quiso Vasconcelos probar el poder castellano, para lo cual reunió 600 caballos y 2000 infantes (que las fuentes documentales castellanas cifran en 700 y 1500 respectivamente). A los primeros puso bajo órdenes de Rodrigo de Castro, en tanto que él se quedaba con el resto de soldada. El plan era urdir una emboscada, para lo cual Rodrigo debía llamar la atención de la gente de guerra que se acuartelaba en Badajoz, haciéndola salir tras él hasta llegar al punto dónde esperaba escondido Joane Mendes.
Mientras el maestro de campo quedaba con el grueso en un valle situado entre el puente sobre el río Caya y la ciudad pacense, lugar conocido hoy como Céspedes, o Monte das Caldeiras, Rodrigo y los suyos adelantaban sus pasos para acercarse casi a tiro de mosquete de las murallas castellanas.
Dice el conde de Ericeira que “D. Rodrigo mandou cuarenta cavalos que carregasen as sentinelas até a ponte que remata na porta de Badajoz”. Y así fue. Dada la voz de alarma, mandó Garay salieran en pos de los atacantes 200 caballos y 800 soldados; pero alguien debió intuir el engaño que tramaba el rival, porque en vez de perseguir a los cuarenta jinetes, se dio el alto justo antes de que se llegará a las proximidades dónde Joanes y los suyos estaban dispuestos a atacar.
Quedaron quietos los castellanos, ocupando unas trincheras naturales en espera de los nuevos movimientos portugueses. Entonces Rodrigo de Castro comenzó a ponerse nervioso, viendo que no era capaz de atraer a la celada a su contrincante. Sin pensar detenidamente las consecuencias, arriesgo a su gente, ordenando que volvieran las grupas y marcharan contra la tropa extremeña, por ver si de esta forma los hacía salir definitivamente de su escondite.
Joane, pensando en un mal menor, apoyando a su compatriota, también hizo avanzar a buena parte de sus hombres, yendo en retaguardia de la avanzada de Castro. Con esta táctica pudieron los oficiales castellanos valorar las fuerzas del enemigo con mayor exactitud. Y, tras el recuento, hechos sus planes, lanzaron la contraofensiva.
La mitad de la infantería salió al encuentro portugués, mientras que el resto seguía guarnecida en las trincheras del terreno circundante. La tropa lusitana creyó ahora que su plan cobraba efectividad, y se fraguó un violento choque de milicias durante unos quince minutos.
Transcurrido aquel intervalo de tiempo, comenzaron a retirarse los castellanos sin perder la espalda al enemigo, pero buscando atraerles hacía dónde esperaban el resto de compañeros y caballería extremeña. Y en esta ocasión la emboscada urdida sí dio el efecto deseado.
Los portugueses se vieron muy pronto rodeados por toda la tropa de Garay, y en cuanto tuvieron oportunidad comenzaron a retirarse de forma desorganizada, buscando cada cual su seguridad.
El seguimiento de los huidos no quiso profundizarse; al menos esa era la orden dada por Garay. Pero, a pesar de ello, no pudo impedir que algunos grupos de exaltados soldados continuaran el alcance. Sobre éstos desgraciados fue en los que cayó el resto de milicia lusitana que aún tenía escondida Mendes en los cerros del Caldeiras.
La visión de la campaña era un verdadero revoltijo de tropas: unas que peleaban en el centro, otras que huían desbandadas; en esos momentos, Garay ordeno que un grupo se apostará en el puente del Caya, cerrando el paso del Camino Real, ya que era de la opinión que entre aquel desorden quizás se intentase abordar las puertas de la ciudad. Pero no ocurrió nada semejante. La soldada bastante tenía con salvaguardar la vida en la escaramuza junto al río.
Poco a poco todo fue concluyendo, y al comenzar a caer la tarde apenas quedaban vestigios del enfrentamiento militar habido unas horas antes. No obstante se pusieron vigías, pues alguien había dicho que se esperaban socorros lusitanos procedentes de Olivenza. Pero no hubo mayor novedad.
Los partes del suceso señalaron que los atacantes habían perdido doce hombres, siendo prisioneros otros cinco. En el bando castellano las bajas fueron similares, si bien se considero una victoria a su favor.
Así termino una más de aquellas escaramuzas que tanto pesaron sobre la vida cotidiana de los moradores de la raya fronteriza. Escaramuzas que pasaron sin pena ni gloria, y de las que hoy apenas queda memoria alguna, salvo ligeros apuntes en viejos libros y legajos polvorientos. Muchas más quedan por referir.
Pero esa es otra historia.

Imagem: Wallenstein na Guerra dos 30 Anos, pintura de Ernest Crofts (1847-1911).

Uma incursão no termo de Monsaraz (28 e 29 de Setembro de 1645, última parte) – Carta de D. Gregório Ortis de Ibarra ao Marquês de Molinguen

Com a publicação desta carta, a partir de uma cópia do original em castelhano, termina a série dedicada a este evento menor, quase insignificante, da Guerra da Restauração (não foi insignificante de todo, porque se perderam vidas humanas e mais uma vez a população da raia se viu a braços com as incursões de pilhagem que sobressaltavam o seu quotidiano). A carta é, de facto, um relatório da entrada no termo de Monsaraz, e permite contrapor a versão espanhola às diversas narrativas que sobre o mesmo acontecimento se produziram do lado português. Foi escrita pelo tenente-general D. Gregório de Ibarra, comandante da força espanhola que fez a incursão, e era destinada ao general da cavalaria , o Marquês de Molinguen. As palavras em castelhano são por vezes escritas com grafia portuguesa (por exemplo, companhias em vez de compañias, troços em vez de trozos, etc – de um modo geral, é empregue o ç em vez do z), o que pode tratar-se de um erro de quem copiou a carta original. O castelhano original seiscentista foi respeitado.

Doi parte a V. Excelencia de las aventuras destas companhias, que no ha sido poco, el que todas no quedasen en Portugal, por las buenas noticias que me dio Ramos, que asi sea su salvo. Lo que succedio es que, conforme la orden de Vuestra Excelencia, y lo que tenia dispuesto con dicho Ramos era que las seis compañias se dividiesen en tres troços, el uno en la Luz, el otro en el esguaço, y el otro que passasse Guadiana; para que inquietando Monçaras, saldria a algunos de estos puestos la compañia de Moron [Mourão]. A lo qual digo, Señor, que el enemigo se emparejava y a que no fuesse mas a qualquiera destos troços; y que quedava a la fortuna el buen, o mal successo. Y assi tomamos la marcha el dia que di aviso a V. Excelencia, y el siguiente estuvimos emboscados de donde embié a tomar lengua y truxeron tres, y todos convinieron en que la compañia de Moron  no havia mas que una esquadra, porque todos los demas cavallos estavan mlos de lamparones, y que se havian llevado a curar. Y el capitán havia ido a Helves [Elvas], porque se dizia iva a ser comissario general. Y viendo esto, todos los capitanes y yo acordamos, ya que estavamos en aquel paraje, si se podia intentar el hazerle algun daño al enemigo, y Ramos y todos sus confidentes dixeron que si, y mui facil, porque en dos aldeas que estan mas adentro dos leguas de Monçaraz se podia traher dos mil bueyes y vacas, y preguntandoles si a los esguaços de Guadiana nos podia el enemigo impedir, dixeron que no, por dos causas; la una, porque el enemigo no tenia fuerça para ello, y que nunca acostumbrava ocupar estos puestos, y que quando quisiesse, no se hallava con furça para ello, ademas que quando los ocupasse, que Guadiana se esguaçava por todas partes. Y asi resolvimos el hazer esta entrada, y todos convenimos en que no quedasse ninguna compañia en el esguaço, porque quedaba perdida como lo seran, aunque quedassen mil cavallos  por el mas terreno, y que un infante bale en aquel paraje por vinte. Enfin, Señor, ganamos a estas aldeas, de donde se cogio cosa de seis cientos bueyes y vacas, dos mil cabras, y algunos puercos, y de saqueo una aldea y caserias, y tomando nuestra marcha la vuelta del esguaço, le hallamos ocupadocon gruesso de cavallaria y infanteria y nos fue fuerça el buscar otro, y estaua ocupdo en la misma conformidad; con que fuimos al tercero y fue todo uno; y diziendo a las guias que como me havian dicho, que Guadiana se esguaçava, y no me enseñavan por donde, se encogieron de hombros medio turbados. Esto ès lo que sabe hazer el buen Ramos, y viendo qu eramos cortados y perdidos, embie a Don Juan Unsueta y Don Christoval de Bustamante y mi compañia pera que, perdiendo o ganando, pasassen el esguaçoy que le limpiassen del enemigo, para que yo, en el interin, diesse calor a que pudiesse passar tambien el ganado, y como para obrar esto havia de passar tiempo, el enemigo se engrossava, yo le hize mas de tres horas peleando con el; y como eramos cortados por vanguardia y retaguardia, y el passaje tan aspero, torne a ordenar a Don Juan Unsueta cerrasse dentro de su misma fortificacion con el enemigo, lo qual puso por execucion, y obligo al rebelde a meterse entre unos peñascos. Y viendome yo impossibilitado el poder retirar la presa e salvar la cavallaria, lo hize con toda presteza dexandola, y unos al esguaço, y otros a nado, escapamos con gran ventura, porque el enemigo havia encorporado todo su gruesso. Nuestra perdida han sido diesyseis cavallos muertos de mosquetaços, y quatro soldados muertos y algunos heridos. Lo que puedo asegurar es que creo emos salido bien desquitos. Lo que se pudo salvar fue hasta diesyseis o diesysiete presas maiores y menores, entre las quales ha havido uma excellente potranea y una mula, las quales estos señores capitanes se las embian a V. Excelencia, y la restra entre estos malos guias y dichos capitanes se han consumido. Mi retirada  fue por Moron, y vine a parar a Oliva, oy, sabado, treinta del corriente, y para los cuarteles partiremos mañana, adonde V. Excelencia me podra dar el parabien de tan venturosa retirada. Dios guarde a V. Excelencia muchos años y le suplico otra vez no se fie de gente ruina. Oliva, treinta de septiembre de 645. De V. Excelencia, Don Gregorio Ortis de Ibarra. (Dos cavallos de los mios fenecieron de dos mosquetaços, con que quede acomodado. Sobrescrito – Al Excelentissimo Señor Marqués de Molinguen, guarde Dios, capitan general de la cavallaria del exercito, &tc. Badajoz.

Como se pode verificar, os números apontados na carta do tenente-general Ibarra diferem bastante dos que circulavam entre as notícias portuguesas. Por outro lado, verifica-se a habitual auto-desculpabilização dos comandantes, quando as operações militares não corriam conforme o previsto – traço comum em ambos os exércitos.

Fonte: Copia de huã carta de D. Gregorio Ortis de Ibarra cabo da gente que entrou no termo de Monçaras, para o General da Caualaria Castelhana (Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 8187, fls. 43-44)

Imagem: “Cena de pilhagem”, pintura de Sebastian Vrancx, do período da Guerra dos 30 Anos (1618-1648). Museu do Louvre, Paris.